sábado, 31 de marzo de 2007

Literatura de un Manicomio*



*En La Prensa, Lima 2 de Noviembre de 1915, p.2



En Lima pocos lugares son más interesantes que el Manicomio. Es la única morada en que los hombres son unánimemente vulgares. No sé si para ustedes, pero para mí la casa de los locos tiene un extraño poder sugestivo. Es el mundo más complejo, original y misterioso; la más profunda interrogación del espíritu; la mas cruel realidad de la vida; el punto mas infinito y a la eternidad. Nietzche decía que lo más acerca al hombre a Dios, es la locura.

Un Manicomio es un estimulante para el pensamiento. Nada nos produce más ideas que el espectáculo de aquellos que parecen no tenerlas. Ante un loco el primer sentimiento que surge en nosotros es el de la compasión. Una pueril vanidad nos dice que somos superiores a él. El loco en cambio, viéndonos, siente piedad o se ríe con desdén.

Pero, ¿qué es un loco? ¿En qué mundo vive? El hecho que un loco tenga una lógica distinta a la nuestra no significa que sea inferior. Entre un loco y un cuerdo hay diversidad pero no inferioridad de pensamiento. Ha habido locos sublimes como Schumann, el músico loco cuya obra es la admiración de una serie de generaciones razonadoras y ecuánimes. Cada loco tiene su lógica, nosotros tenemos la nuestra. Eso es todo. Que yo no entienda el alemán no quiere decir que no sea un idioma como el español. Por lo pronto un loco es mas subjetivo que un cuerdo. Posee una gran facultad introspectiva, todo lo reduce a su yo. Es un gran egoísta. Vive más que nosotros en las leyes naturales; para él no hay convencionalismo social, político o religioso. Hace lo que desea. Es supremamente libre. Se dice que todos los procesos mentales de un loco se realizan en un mundo fantástico, ¿pero el mundo de los cuerdos es acaso menos fantástico? La más elemental noción de física nos enseña que todo lo que nos rodea si no es falso, por lo menos no es absoluto. El árbol que es verde para el hombre, es amarillo para el pez, azul para el insecto, rojo tal vez para el ave. El color no ésta en las cosas sino en la retina. Y lo que ocurre con el color, acontece con la forma, el calor, los sonidos. Hay insectos cuya conformación auditiva les permite vivir en un mundo inefable de sonidos tan sutiles que nosotros no los podremos percibir jamás.

Los locos viven en un mundo de valores incomprensibles para nuestra razón, pero un loco se nutre, piensa, ama y llora. Su conciencia va por senderos misteriosos, pero existe. Un loco jamás se agita por ideas pueriles; no hay uno al cual no inquiete un grave problema trascendental y tan importante para él, que lo aleje de toda otra cuestión; descuida su traje, desdeña el trato de los que lo rodean, su espíritu estoico busca en el misterio de una noche sombría la luz de una verdad que no alcanzará nunca.

¿Qué hay en la vida más solemne y admirable que un loco? ¿Qué hombre normal llevará jamás ese sello de majestad divina, extraterrestre, trágicamente hermoso, divinamente atormentado que un loco? ¿Habéis visto esos locos altos, pálidos, de cabellera revuelta, hondas ojeras, húmedos ojos y afilada nariz, cuyas manos aprisionan la noble inquietud de la frente luminosa? ¿No son éstos como espíritus errantes en una planetaria peregrinación que parecen buscar, sin hallarla, la Verdad Verdadera? En aquellos cerebros donde arde la fragua de un pensamiento radiante, en aquellos cerebros que se han desconectado produciendo una chispa de incendio voraz e inextinguible, en esas almas heridas por una fuerza superior, hay algo de heroico y de divino. Son el símbolo de la humana inquietud, son los heridos más avanzados en los combates de inteligencia, victimas en quienes a caído el látigo del Destino, tal vez porque quisieron pasar el limite de la interrogación Desgraciado el pueblo que no produjera locos, tampoco producirá genios; el genio y la locura con flores paralelas y a veces una sola flor.

Los siquiatras aseguran que todo lo que no es normal, que todo lo que esta debajo del plano metódico, de las leyes establecidas, de todo lo que podríamos llamar vulgar, es morboso. Para el médico siquiatra, el tipo de hombre perfecto es el equilibrado en todas sus facultades, aquel que en una facultad determinada no predomina sobre los demás. Así el joven triste, el hombre ambicioso, el conquistador, el inquieto, el soñador, el atormentado, el amoroso, el ladrón, el locuaz, el pensativo, son tipos morbosos. El tipo ideal es el burgués tranquilo. Según esto, Víctor Hugo, el niño prodigio, era un pobrecito degenerado, su cabeza desforme, su preocupación, su precocidad, todo acusaba en el un viejo prematuro. De haber vivido hoy le habrían recluido en un sanatorio y le habrían curado. Habrían echo del el un hombre práctico, ecuánime, sin arrebatos y sin exaltaciones.

Pero si el genio resulta una morbosidad, toda manifestación extraordinaria intelectual es un caso de locura. Tan loco es el “bobo de Coria” de Velásquez como Edgar Poe y tanto Nietzche, cuando Goya. Napoleón era científicamente epiléptico, la doctoresa Ávila padecía histerismo, el Hamlet es una obra de un loco, loco es el Quijote, el Aretino era un enfermo anormal insultaba o adulaba a los príncipes y vivía de tan abyecta industria; el pobre Baudelaire no podía ser más loco; Velaire era un infeliz degenerado; el triste Wilde lo era moral o físicamente; Maupassant murió en n manicomio; Bencenuto Cellini era un loco asesino; Barbey D’aurevilly escribió Es asesinato como una de las bellas artes y no se sabe mayor locura que la del alucinado San Juan Apocalíptico, Hay miles de cosas más. Bien ¿Y quiénes son los cuerdos?

¿Vale la pena ser normal? La normalidad es mediocridad. No hay seres más normales ni que más se acerquen a la naturaleza que los perros, los caballos, las vacas, los loros. Y, la verdad , lector, ¿a que grupo prefieres acercarte, al de los Poe, Hugo, Shakespeare, Goya, que están con un pie en el manicomio, o a esos normales dichosos, barrigones, tranquilos, rosados y razonadores que piden a gritos una montura y un freno?

Hoy e visitado como un templo, la casa de los locos. Mi corazón les ha dado un beso fraternal Me parecían los compañeros de un camino que no todos conocen. Los había tristes, con una tristeza desolada y trágica; alegres y benévolos; taciturnos y ascéticos. Al través de sus ojos brillantes había como un fondo de aguas estancadas, verdes y lamosas. Aquí dormita un vencido: allí gesticula un inquieto; piensa, sobre una banca, un preocupado; corre por los jardines un persecuto; ríe sarcásticamente un descreído; hace números un caviloso. Y allá, lejos de todo ruido, en un rincón, junto a un tiesto de claveles rojos y reventones, con la cabeza entre las manos descarnadas, solo, un joven de ojos negros y tristes llora desoladamente las lágrimas más amargas y misteriosas que yo e visto llorar en mi vida…
Entonces salgo. ¡Aquel loco es joven y triste y llora un hondo dolor en silencio!



El Conde de Lemos

Literatura de un Manicomio*



*En La Prensa, Lima 2 de Noviembre de 1915, p.2



En Lima pocos lugares son más interesantes que el Manicomio. Es la única morada en que los hombres son unánimemente vulgares. No sé si para ustedes, pero para mí la casa de los locos tiene un extraño poder sugestivo. Es el mundo más complejo, original y misterioso; la más profunda interrogación del espíritu; la mas cruel realidad de la vida; el punto mas infinito y a la eternidad. Nietzche decía que lo más acerca al hombre a Dios, es la locura.

Un Manicomio es un estimulante para el pensamiento. Nada nos produce más ideas que el espectáculo de aquellos que parecen no tenerlas. Ante un loco el primer sentimiento que surge en nosotros es el de la compasión. Una pueril vanidad nos dice que somos superiores a él. El loco en cambio, viéndonos, siente piedad o se ríe con desdén.

Pero, ¿qué es un loco? ¿En qué mundo vive? El hecho que un loco tenga una lógica distinta a la nuestra no significa que sea inferior. Entre un loco y un cuerdo hay diversidad pero no inferioridad de pensamiento. Ha habido locos sublimes como Schumann, el músico loco cuya obra es la admiración de una serie de generaciones razonadoras y ecuánimes. Cada loco tiene su lógica, nosotros tenemos la nuestra. Eso es todo. Que yo no entienda el alemán no quiere decir que no sea un idioma como el español. Por lo pronto un loco es mas subjetivo que un cuerdo. Posee una gran facultad introspectiva, todo lo reduce a su yo. Es un gran egoísta. Vive más que nosotros en las leyes naturales; para él no hay convencionalismo social, político o religioso. Hace lo que desea. Es supremamente libre. Se dice que todos los procesos mentales de un loco se realizan en un mundo fantástico, ¿pero el mundo de los cuerdos es acaso menos fantástico? La más elemental noción de física nos enseña que todo lo que nos rodea si no es falso, por lo menos no es absoluto. El árbol que es verde para el hombre, es amarillo para el pez, azul para el insecto, rojo tal vez para el ave. El color no ésta en las cosas sino en la retina. Y lo que ocurre con el color, acontece con la forma, el calor, los sonidos. Hay insectos cuya conformación auditiva les permite vivir en un mundo inefable de sonidos tan sutiles que nosotros no los podremos percibir jamás.

Los locos viven en un mundo de valores incomprensibles para nuestra razón, pero un loco se nutre, piensa, ama y llora. Su conciencia va por senderos misteriosos, pero existe. Un loco jamás se agita por ideas pueriles; no hay uno al cual no inquiete un grave problema trascendental y tan importante para él, que lo aleje de toda otra cuestión; descuida su traje, desdeña el trato de los que lo rodean, su espíritu estoico busca en el misterio de una noche sombría la luz de una verdad que no alcanzará nunca.

¿Qué hay en la vida más solemne y admirable que un loco? ¿Qué hombre normal llevará jamás ese sello de majestad divina, extraterrestre, trágicamente hermoso, divinamente atormentado que un loco? ¿Habéis visto esos locos altos, pálidos, de cabellera revuelta, hondas ojeras, húmedos ojos y afilada nariz, cuyas manos aprisionan la noble inquietud de la frente luminosa? ¿No son éstos como espíritus errantes en una planetaria peregrinación que parecen buscar, sin hallarla, la Verdad Verdadera? En aquellos cerebros donde arde la fragua de un pensamiento radiante, en aquellos cerebros que se han desconectado produciendo una chispa de incendio voraz e inextinguible, en esas almas heridas por una fuerza superior, hay algo de heroico y de divino. Son el símbolo de la humana inquietud, son los heridos más avanzados en los combates de inteligencia, victimas en quienes a caído el látigo del Destino, tal vez porque quisieron pasar el limite de la interrogación Desgraciado el pueblo que no produjera locos, tampoco producirá genios; el genio y la locura con flores paralelas y a veces una sola flor.

Los siquiatras aseguran que todo lo que no es normal, que todo lo que esta debajo del plano metódico, de las leyes establecidas, de todo lo que podríamos llamar vulgar, es morboso. Para el médico siquiatra, el tipo de hombre perfecto es el equilibrado en todas sus facultades, aquel que en una facultad determinada no predomina sobre los demás. Así el joven triste, el hombre ambicioso, el conquistador, el inquieto, el soñador, el atormentado, el amoroso, el ladrón, el locuaz, el pensativo, son tipos morbosos. El tipo ideal es el burgués tranquilo. Según esto, Víctor Hugo, el niño prodigio, era un pobrecito degenerado, su cabeza desforme, su preocupación, su precocidad, todo acusaba en el un viejo prematuro. De haber vivido hoy le habrían recluido en un sanatorio y le habrían curado. Habrían echo del el un hombre práctico, ecuánime, sin arrebatos y sin exaltaciones.

Pero si el genio resulta una morbosidad, toda manifestación extraordinaria intelectual es un caso de locura. Tan loco es el “bobo de Coria” de Velásquez como Edgar Poe y tanto Nietzche, cuando Goya. Napoleón era científicamente epiléptico, la doctoresa Ávila padecía histerismo, el Hamlet es una obra de un loco, loco es el Quijote, el Aretino era un enfermo anormal insultaba o adulaba a los príncipes y vivía de tan abyecta industria; el pobre Baudelaire no podía ser más loco; Velaire era un infeliz degenerado; el triste Wilde lo era moral o físicamente; Maupassant murió en n manicomio; Bencenuto Cellini era un loco asesino; Barbey D’aurevilly escribió Es asesinato como una de las bellas artes y no se sabe mayor locura que la del alucinado San Juan Apocalíptico, Hay miles de cosas más. Bien ¿Y quiénes son los cuerdos?

¿Vale la pena ser normal? La normalidad es mediocridad. No hay seres más normales ni que más se acerquen a la naturaleza que los perros, los caballos, las vacas, los loros. Y, la verdad , lector, ¿a que grupo prefieres acercarte, al de los Poe, Hugo, Shakespeare, Goya, que están con un pie en el manicomio, o a esos normales dichosos, barrigones, tranquilos, rosados y razonadores que piden a gritos una montura y un freno?

Hoy e visitado como un templo, la casa de los locos. Mi corazón les ha dado un beso fraternal Me parecían los compañeros de un camino que no todos conocen. Los había tristes, con una tristeza desolada y trágica; alegres y benévolos; taciturnos y ascéticos. Al través de sus ojos brillantes había como un fondo de aguas estancadas, verdes y lamosas. Aquí dormita un vencido: allí gesticula un inquieto; piensa, sobre una banca, un preocupado; corre por los jardines un persecuto; ríe sarcásticamente un descreído; hace números un caviloso. Y allá, lejos de todo ruido, en un rincón, junto a un tiesto de claveles rojos y reventones, con la cabeza entre las manos descarnadas, solo, un joven de ojos negros y tristes llora desoladamente las lágrimas más amargas y misteriosas que yo e visto llorar en mi vida…
Entonces salgo. ¡Aquel loco es joven y triste y llora un hondo dolor en silencio!



El Conde de Lemos

sábado, 24 de marzo de 2007

La Sicología de las Tortugas*



*En La Prensa, Lima 9 de octubre de 1915, p.3.





Para escribir uno de mis libros mas inéditos. El alma de las tortugas, tenía la ventaja de haberme criado en la apacible serenidad pensativa de una aldea de la costa peruana: Pisco. Un poco al sur de aquella, hay un arrabal que es pródigo en tortugas y como un pequeño rebaño de casuchas de pescadores. Fue allí donde viera las costumbres y prácticas originales y sencillas, llenas de una honda filosofía, que en mi libro aparecen. ¿Conocen ustedes la sicología de las tortugas? ¿ Se han detenido alguna vez a analizar el alma de estos redondos animales? Los espíritus bastardos no ven más que el mundo estrecho donde se agitan sus deseos y evolucionan sus pasiones, pero hay una serie interminable de mundos ignorados en los cuales no ha penetrado aún la mirada de los hombres. El mundo nuestro, como es sabido, es un espectáculo convencional y diverso para cada uno de los mortales. El miope, el ciego, el présbita, el mudo ,el dispéptico, el alcohólico, el neurasténico, el loco , el cojo, todos veen el mundo de distinta manera. Hay un mundo microbiano, un mundo celular, un mundo de cosas intangibles, otro de sonidos sutiles; el de los peces, el de los árboles, e de las nubes...

Yo tengo una tortuga menuda como un bollo, de poliédrica concha manchada a trechos por ambarino color. Ésta no ha venido del mar. Trájomela mi hermano de las montañas vírgenes del Madre de Dios. Ahora mientras escribo, ella me sirve de pisapapeles. Es discreta, callada, jamas inquiere. Acepta la vida como otra concha y como tal la lleva. Se llama Cleopatra. Es diferente, nada frívola tiene la virtud de ser agradecida. Cuando entre un cigarro y otro, delante del escritorio, me meto el pulgar en el bolsillo y con la diestra le acaricio la panza, me mira en silencio con ternura.

Pero he aquí que me vienen a la mente recuerdos. Seamos justos y hagamos una monografía de tortuga con la misma fruición con que haríamos una sopa de tortuga. Cleopatra es de una familia centenaria y fecunda, puede vivir quinientos años y tener mil hijos. Es legendaria. Fidas, el inmortal artista heleno, esculpió a Juno, la diosa de los casamientos, sentada sobre una tortuga. Es ambigua como un editoral de periódico. Lo mismo vive en el agua que en la tierra, lo mismo nada que camina. Es ovípara, y sus huevos mezcaldos con ámbar son afrodisíacos. Su concha da el carey, su cuerpo da las "siete carnes", sus despojos tienen los más opuestos destinos: el carey luce en la cabellera de la dama, el aceite cura las herida, sus uñas sirven para hacer maleficios, su carne para preparar la sopa. Los yanques la llaman con dulzura sibarita: el cerdo del océano. Las crían en grandes estanques, se encariñan con ellas, llegan a encontrarlas hasta distinguidas y luego se las comen. Esto en cuanto a lo físico.

Moralmente la tortuga es un Sancho centenario. Cobarde, jamás tiene rebeldías. Toda su gran tragedia consiste en haber caído en la red del pescador. Se pasa la vida paladeando una venganza y siempre muere antes de cumplirla. Es el espíritu mas entristecido de todos los animales, inclusive el hombre. Se historia es una serie interminable de dolores, injusticias, tiranias y crueldades. Y que ellas jamás se han asociado sino al acaso, y no con fines altruistas ni humanitarios. No. Se asocian porque a la medida que una manada es más numerosa, es mas difícil que a alguna de ellas le llegue el turno de caer en las redes. Además, siendo muchas, cuando la red las aprisiona, pueden romperla o hacer zozobar el barco del pescador. Sufren mucho porque viven muchos años. En el lago de Chagas les cortan la piel y las dejan vivir para que vuelva a crecerles. Así la industria aprovecha su dolor varias veces y cada concha equivale a diez meses de tortura. En Java las cazan con perros salvajes, como lo hacían los conquistadores españoles con los indios de Panamá. En algunas regiones de aquel archipiélago, los pescadores cogen mayor número del que pueden transportar, las vuelcan panza arriba, y por no darse el trabajo de volver a su posición natural a las excedentes, las abandonan. Como las tortugas no pueden volcarse a voluntad, mueren lenta y horribliemente de hambre y consunción.

En Ceílan las venden a pedazos, porque los marchantes quieren siempre la carne fresca y como el corazón es lo menos agradable de la tortuga, las infelices viven dás sucesivos sufriendo consecuentes mutilaciones hasta que un comprador pide el corazón. Entonces mueren.

Todos estos delitos del los hombres para las tortugas han hecho de ellas seres apáticos, recelosos, descreídos, resignados y estoicos. Por lo demás, son adocenadas y carecen de iniciativa. Jamás recorren otro camino que el que hicieran la víspera, y sólo ponen las patas donde las pusieron antes. Cuando los pescadores las cogen, las vuelcan a la orilla del mar y las dejan cierto tiempo. Ellas luchan por restituirse a su estado natural, y convencidas de su impotencia, transigen. Los pescadores las vuelven nuevamente y entonces ellas, con el temor de sufrir una nueva inversión, ya no se marchan nunca. El día lo pasan sobre el sol cálido, indolentes. Miran con desdén el esfuerzo de otros animales. Al crepúsculo se tornan sentimentales y añoran la lejanía del mar que tan cerca cruje, derramando lágrimas desconsoladoras; pero no si mueven ni intentan fugar. Esperan vengarse en una hora propicia. Tienen siempre preparada la fuga, pero temen del pescador, del perro, del bote y de los remos. En cuanto a la red, es para ellas una visión trágica y cotidiana, el más temible enemigo vigilante. Nada es capaz de conmoverlas. Son más austeras que los hombres. Ni el hambre, ni el dolor, ni el mar son capaces de inducirlas al movimiento. Sólo luchan -los machos- por la conquista de una cosa que parece para ellos lo mas trascendental: la hembra. Resisten encima de un hombre. Egoístas y filosóficas, morales y ordenadas, nunca dan motivo de queja. No hay tradición de que una tortuga se haya suicidado y no la hay tampoco que haya sido feliz. Tienen poca fantasía, son refractarias a la música y toda manifestación del espíritu. Ociosas y un tanto hipócritas, parecen hombres obesos.

Yo pienso con tristeza en mi pobre Cleopatra. Ella me acompaña a escribir. Vigila, inmóvil, mi labor diaria. Se ha hecho mi más íntima confidente. Soy para ella un compañero discreto, porque las trato bien, y no la vuelco nunca. Sin embargo, ¡cuántas de mis alegrías y de mis penas les son extrañas! Cuando estoy triste la busco, cuando tengo que trabajar, ella y el tintero me miran en silencio. Asi paso noches largas y sucesivas. Pero hay días en que vengo cansado y no me ocupo de ella. Después de todo, esta desdichada bestezuela vivirá cién o doscientos años. Yo morire mañana. ¿Quién sabe a qué extrañas manos irá a pasar mi Cleopatra? Dentro de cincuenta años, cuando mi calavera duerma en la tenebrosidad inerte de la tumba, olvidado y deshecho este cerebro mío, ella será tal vez juguete predilecto de un niño cruel, y mas tarde, cuando todos, y tú que me lees, lector, hayan muerto, ella vigilará todavía, o exhibirá en un rincón olvidado, su concha diminuta, invertida o poliédrica, como una cáscara en la cual hubo inteligencia, dolor y algo de eternidad...

Yo admiro el gesto trágico de madememoiselle Le Virent, de la corte de Luis XIV, que dispuso que colocaran en su ataúd una pequeña tortuga viva. Exhumado un siglo después el cadáver de la bella criatura se encontró en el sitio de su corazón, la pequeña concha del animal.

Los hombres son muy malos con las tortugas.

El conde de Lemos

La Sicología de las Tortugas*



*En La Prensa, Lima 9 de octubre de 1915, p.3.





Para escribir uno de mis libros mas inéditos. El alma de las tortugas, tenía la ventaja de haberme criado en la apacible serenidad pensativa de una aldea de la costa peruana: Pisco. Un poco al sur de aquella, hay un arrabal que es pródigo en tortugas y como un pequeño rebaño de casuchas de pescadores. Fue allí donde viera las costumbres y prácticas originales y sencillas, llenas de una honda filosofía, que en mi libro aparecen. ¿Conocen ustedes la sicología de las tortugas? ¿ Se han detenido alguna vez a analizar el alma de estos redondos animales? Los espíritus bastardos no ven más que el mundo estrecho donde se agitan sus deseos y evolucionan sus pasiones, pero hay una serie interminable de mundos ignorados en los cuales no ha penetrado aún la mirada de los hombres. El mundo nuestro, como es sabido, es un espectáculo convencional y diverso para cada uno de los mortales. El miope, el ciego, el présbita, el mudo ,el dispéptico, el alcohólico, el neurasténico, el loco , el cojo, todos veen el mundo de distinta manera. Hay un mundo microbiano, un mundo celular, un mundo de cosas intangibles, otro de sonidos sutiles; el de los peces, el de los árboles, e de las nubes...

Yo tengo una tortuga menuda como un bollo, de poliédrica concha manchada a trechos por ambarino color. Ésta no ha venido del mar. Trájomela mi hermano de las montañas vírgenes del Madre de Dios. Ahora mientras escribo, ella me sirve de pisapapeles. Es discreta, callada, jamas inquiere. Acepta la vida como otra concha y como tal la lleva. Se llama Cleopatra. Es diferente, nada frívola tiene la virtud de ser agradecida. Cuando entre un cigarro y otro, delante del escritorio, me meto el pulgar en el bolsillo y con la diestra le acaricio la panza, me mira en silencio con ternura.

Pero he aquí que me vienen a la mente recuerdos. Seamos justos y hagamos una monografía de tortuga con la misma fruición con que haríamos una sopa de tortuga. Cleopatra es de una familia centenaria y fecunda, puede vivir quinientos años y tener mil hijos. Es legendaria. Fidas, el inmortal artista heleno, esculpió a Juno, la diosa de los casamientos, sentada sobre una tortuga. Es ambigua como un editoral de periódico. Lo mismo vive en el agua que en la tierra, lo mismo nada que camina. Es ovípara, y sus huevos mezcaldos con ámbar son afrodisíacos. Su concha da el carey, su cuerpo da las "siete carnes", sus despojos tienen los más opuestos destinos: el carey luce en la cabellera de la dama, el aceite cura las herida, sus uñas sirven para hacer maleficios, su carne para preparar la sopa. Los yanques la llaman con dulzura sibarita: el cerdo del océano. Las crían en grandes estanques, se encariñan con ellas, llegan a encontrarlas hasta distinguidas y luego se las comen. Esto en cuanto a lo físico.

Moralmente la tortuga es un Sancho centenario. Cobarde, jamás tiene rebeldías. Toda su gran tragedia consiste en haber caído en la red del pescador. Se pasa la vida paladeando una venganza y siempre muere antes de cumplirla. Es el espíritu mas entristecido de todos los animales, inclusive el hombre. Se historia es una serie interminable de dolores, injusticias, tiranias y crueldades. Y que ellas jamás se han asociado sino al acaso, y no con fines altruistas ni humanitarios. No. Se asocian porque a la medida que una manada es más numerosa, es mas difícil que a alguna de ellas le llegue el turno de caer en las redes. Además, siendo muchas, cuando la red las aprisiona, pueden romperla o hacer zozobar el barco del pescador. Sufren mucho porque viven muchos años. En el lago de Chagas les cortan la piel y las dejan vivir para que vuelva a crecerles. Así la industria aprovecha su dolor varias veces y cada concha equivale a diez meses de tortura. En Java las cazan con perros salvajes, como lo hacían los conquistadores españoles con los indios de Panamá. En algunas regiones de aquel archipiélago, los pescadores cogen mayor número del que pueden transportar, las vuelcan panza arriba, y por no darse el trabajo de volver a su posición natural a las excedentes, las abandonan. Como las tortugas no pueden volcarse a voluntad, mueren lenta y horribliemente de hambre y consunción.

En Ceílan las venden a pedazos, porque los marchantes quieren siempre la carne fresca y como el corazón es lo menos agradable de la tortuga, las infelices viven dás sucesivos sufriendo consecuentes mutilaciones hasta que un comprador pide el corazón. Entonces mueren.

Todos estos delitos del los hombres para las tortugas han hecho de ellas seres apáticos, recelosos, descreídos, resignados y estoicos. Por lo demás, son adocenadas y carecen de iniciativa. Jamás recorren otro camino que el que hicieran la víspera, y sólo ponen las patas donde las pusieron antes. Cuando los pescadores las cogen, las vuelcan a la orilla del mar y las dejan cierto tiempo. Ellas luchan por restituirse a su estado natural, y convencidas de su impotencia, transigen. Los pescadores las vuelven nuevamente y entonces ellas, con el temor de sufrir una nueva inversión, ya no se marchan nunca. El día lo pasan sobre el sol cálido, indolentes. Miran con desdén el esfuerzo de otros animales. Al crepúsculo se tornan sentimentales y añoran la lejanía del mar que tan cerca cruje, derramando lágrimas desconsoladoras; pero no si mueven ni intentan fugar. Esperan vengarse en una hora propicia. Tienen siempre preparada la fuga, pero temen del pescador, del perro, del bote y de los remos. En cuanto a la red, es para ellas una visión trágica y cotidiana, el más temible enemigo vigilante. Nada es capaz de conmoverlas. Son más austeras que los hombres. Ni el hambre, ni el dolor, ni el mar son capaces de inducirlas al movimiento. Sólo luchan -los machos- por la conquista de una cosa que parece para ellos lo mas trascendental: la hembra. Resisten encima de un hombre. Egoístas y filosóficas, morales y ordenadas, nunca dan motivo de queja. No hay tradición de que una tortuga se haya suicidado y no la hay tampoco que haya sido feliz. Tienen poca fantasía, son refractarias a la música y toda manifestación del espíritu. Ociosas y un tanto hipócritas, parecen hombres obesos.

Yo pienso con tristeza en mi pobre Cleopatra. Ella me acompaña a escribir. Vigila, inmóvil, mi labor diaria. Se ha hecho mi más íntima confidente. Soy para ella un compañero discreto, porque las trato bien, y no la vuelco nunca. Sin embargo, ¡cuántas de mis alegrías y de mis penas les son extrañas! Cuando estoy triste la busco, cuando tengo que trabajar, ella y el tintero me miran en silencio. Asi paso noches largas y sucesivas. Pero hay días en que vengo cansado y no me ocupo de ella. Después de todo, esta desdichada bestezuela vivirá cién o doscientos años. Yo morire mañana. ¿Quién sabe a qué extrañas manos irá a pasar mi Cleopatra? Dentro de cincuenta años, cuando mi calavera duerma en la tenebrosidad inerte de la tumba, olvidado y deshecho este cerebro mío, ella será tal vez juguete predilecto de un niño cruel, y mas tarde, cuando todos, y tú que me lees, lector, hayan muerto, ella vigilará todavía, o exhibirá en un rincón olvidado, su concha diminuta, invertida o poliédrica, como una cáscara en la cual hubo inteligencia, dolor y algo de eternidad...

Yo admiro el gesto trágico de madememoiselle Le Virent, de la corte de Luis XIV, que dispuso que colocaran en su ataúd una pequeña tortuga viva. Exhumado un siglo después el cadáver de la bella criatura se encontró en el sitio de su corazón, la pequeña concha del animal.

Los hombres son muy malos con las tortugas.

El conde de Lemos