Desperté, despejado, volví a revisar los caracoles y seguían moviéndose, perpetuos. Siempre que despierto tengo la sensación que están muertos pero no, a pesar que no cambio el agua y el alimento es escaso, no tengo idea de cuanto puede vivir un caracol. Son constantes, naranja, podrían vivir en un vaso sin problemas, aburridos.
Entonces empezó la rutina diaria; comer, salir, combi, dormir, sentado, sentado, combi, baño, comer; al terminar el día de nuevo los caracoles, pero había algo inusual pegado al vidrio. El aspecto me pareció repugnante y llegando a la conclusión de que son huevos de caracol, y teniendo en cuenta que solo esperaba la muerte de los caracoles, simplemente me deshice de esos huevos además de cambiar el agua de esa pecera que empezaba a tener un color verdoso. Desperté, despejado, me acerque a la pecera como de rutina y lo caracoles estaban enterrados, pensé que seria el frío o que están muy hambrientos, tire algunas escamas y salí. Afuera me di cuenta que estaba equivocado, que el día no estaba despejado, sino que estaba lloviendo; gris arriba, gris abajo, muy húmedo. No entiendo por qué me sentía tan lento y no había gente en la calle, no habían carros en la calle, la calle era soledad húmeda y gris. Al sentir mis pulmones llenarse de agua, desmayé.
Hoy desperté, mojado, las cuatro esquinas resignaban mis ideas tras una transparencia inusual y muchas piedras blancas. Entonces era ya muy lento, naranja. Al menos ya nada es gris, al menos olvide a la rutina, a las personas, las combis, sentado. Mi infierno acuático me recuerda que soy inmortal, sin frío, sin comida, solo yo, extraño y maldito.